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¿Se dirigen China y EEUU hacia un conflicto bélico por Taiwán?

El principal interés estratégico nacional de EEUU en Asia oriental es mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán y en toda la región. Está en juego nada menos que la credibilidad militar de EEUU en Asia.

¿Se dirigen China y EEUU hacia un conflicto bélico por Taiwán?

Soeren Kern | Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos | 4 de abril de 2005

Resumen

El 14 de marzo China aprobó una ley que codifica su ya antigua amenaza de recurrir a la fuerza militar en el caso de que Taiwán declare formalmente su independencia. Esta medida podría desencadenar un desestabilizador ciclo de acción-reacción que podría llegar a descontrolarse e involucrar a China en un innecesario conflicto bélico con EEUU por Taiwán.

La nueva ley estipula que cualquier intento de legitimar un autogobierno independiente de facto en la isla mediante la modificación de la Constitución taiwanesa podría tener como consecuencia una acción militar por parte de China. Se trata de un desafío directo al Presidente taiwanés Chen Shui-bian, para quien modificar la Constitución se ha convertido en un objetivo primordial de su segunda legislatura.

Esta medida también refuerza el argumento de EEUU de que la Unión Europea debe mantener el embargo de armas que impuso a China hace 15 años.

El Estrecho de Taiwán constituye uno de los focos de enfrentamiento militar más peligrosos del mundo, y la cuestión taiwanesa es el principal obstáculo a la idea de que China pueda llegar a convertirse en una potencia mundial de forma pacífica. De hecho, la política exterior de China, especialmente su relación con EEUU, depende directamente de la cuestión taiwanesa.

Es más, el Presidente de EEUU George W. Bush sigue la misma línea política adoptada hace tiempo, afirmando que haría “todo lo necesario” para defender la isla frente a un ataque de China.

De hecho, está en juego nada menos que la credibilidad militar de EEUU en Asia, a la que cualquier error en torno a la seguridad de Taiwán podría asestarle un duro golpe.

Análisis

Una apuesta muy arriesgada

China ha considerado durante mucho tiempo a Taiwán como a una provincia renegada que tiene que volver a reunificar con el continente. Si fuera necesario, incluso por la fuerza, aunque la isla lleve autogobernándose desde el final de la guerra civil en 1949. China cree que la integración de Taiwán bajo la autoridad del continente es un paso indispensable para completar la unificación nacional que dio comienzo tras las devoluciones de Hong Kong y Macao en 1997 y 1999, respectivamente. Aunque no existe una agenda para resolver la cuestión taiwanesa, el Primer Ministro chino Wen Jiabao no quiere que recaiga sobre él la acusación de “perder” a Taiwán. De hecho, la cuestión taiwanesa ha adquirido una mayor connotación de urgencia tras la sorprendente reelección del Presidente taiwanés Chen Shui-bian en marzo de 2004. Durante su campaña para la reelección, Chen propuso redactar una nueva Constitución en la que se resaltara el carácter “soberano e independiente” de Taiwán y descartara la “ficción” de que Taiwán forma parte de China. Aunque EEUU ha advertido a Chen de que no inicie los trámites para modificar el statu quo de las relaciones con el otro lado del estrecho, la China continental sigue temiendo que intente declarar la independencia de Taiwán antes de que finalice la legislatura en 2008.

La controvertida ley antisecesión consagra la determinación china de emplear “medios no pacíficos” como último recurso para impedir que Taiwán establezca su independencia formal. Aunque gran parte de la ley especifica que el objetivo de China es lograr la reunificación mediante medios pacíficos, contiene terminología provocativa y beligerante. Por ejemplo, el Artículo 8 de la ley estipula que China “podrá emplear medios no pacíficos así como otros medios necesarios” si las fuerzas independentistas taiwanesas “cualesquiera que sean sus nombres o medios” promovieran la secesión de Taiwán, en el caso de que “se produjesen graves incidentes que implicasen la secesión de Taiwán”, o en cualquier otro caso “cuando se agotasen todas las posibilidades de lograr una reunificación pacífica”. Más aún, el texto resulta peligrosamente ambiguo en el sentido de que no especifica la forma en que China define la independencia formal. De hecho, la imprecisión con que están redactadas las condiciones puede interpretarse como un elemento disuasorio más que como el aviso de una inminente acción militar. Sin embargo, sí alertan a Chen de que si llega demasiado lejos con sus planes independistas, Beijing no tendrá reparos en recurrir a su creciente poderío militar.

Sea como fuere, la medida china podría provocar un contragolpe popular en Taiwán y desestabilizar rápidamente el frágil status quo del Estrecho de Taiwán. Estados Unidos, principal aliado y proveedor de armas de Taiwán, criticó de “nada útil” esta ley y apremió a Beijing para que “reconsiderara la aprobación de la ley”. Pero China respondió avisando de que dispone de “la capacidad y la seguridad suficientes para defender la integridad territorial de la nación” y añadió que no tenía miedo de hacer frente a las fuerzas estadounidenses en la cuestión de Taiwán. De hecho, esta nueva ley se ha aprobado en un momento en que EEUU está revisando la amenaza que supone el poder militar de China y su capacidad para atacar a Taiwán.

El principal interés estratégico nacional de EEUU en Asia oriental es mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán y en toda la región. Para lograrlo, EEUU hace décadas que se fijó el objetivo de mantener el precario equilibrio de poder a ambos lados del Estrecho. Pero la modernización militar de China, financiada mediante su fortalecimiento económico, amenaza ahora con alterar tan delicado orden. De hecho, el equilibrio militar alcanzado en el Estrecho, tanto en términos cualitativos como cuantitativos, está empezando a inclinarse a favor de China. Hasta hace poco, se consideraba que el ejército chino era incapaz de llevar a cabo una invasión del otro lado del estrecho, del que la separan 150 kilómetros. Pero Beijing ha empleado recientemente miles de millones de dólares en la adquisición a Rusia de submarinos, destructores y otras armas de alta tecnología para ampliar el alcance del Ejército de Liberación Popular (PLA), que cuenta con 2,5 millones de efectivos. El 4 de marzo China anunció un presupuesto militar de 30.000 millones de dólares para 2005, lo que representa un incremento del 13% con respecto al de 2004. El gasto chino en defensa ha crecido a un ritmo anual de entre un 15% y un 20% en la última década.

El almirante William Fallon, comandante del Comando del Pacífico de EEUU, manifestó el 8 de marzo ante el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado de EEUU “su preocupación por el creciente diferencial entre las capacidades militares chinas y la capacidad taiwanesa de defenderse frente a una potencial amenaza”. A Fallon le preocupaba especialmente la potencia de la marina china, habida cuenta del incremento en su flota de submarinos. “Resulta desconcertante ver cómo aumenta”, afirmaba Fallon. “Parece exagerada para la defensa del país”, afirmó. De hecho, un estimación del servicio de inteligencia del Pentágono apunta a que la flota china superará a la estadounidense en el espacio de una década.

En la presentación el 16 de febrero del informe anual de la CIA sobre amenazas globales, el director de la CIA Porter Goss dijo ante el Comité de Inteligencia del Senado de EEUU que el crecimiento militar chino “supone una amenaza para el equilibrio de poder en el Estrecho de Taiwán”. Goss no hizo mención alguna a la cooperación EEUU-China que ha caracterizado a los últimos informes de la CIA. En lugar de ello, afirmó que China estaba realizando un firme esfuerzo militar y diplomático dirigido a “contrarrestar lo que ve como un esfuerzo de EEUU por contener o cercar a China”.

El Annual Report on the Military Power of the People’s Republic of China (Informe anual sobre el poder militar de la República Popular China) publicado por el Pentágono en mayo de 2004 afirma que el PLA “está centrando su actividad en el diseño de una serie de opciones militares creíbles destinadas a impedir que Taiwán tome una decisión separatista permanente y, llegado el caso, forzar la integración de la isla bajo la autoridad del continente mediante el uso de la fuerza. Existe un segundo grupo de objetivos que, aunque no menos importante, incluye la capacidad de disuadir, retrasar o desbaratar cualquier intervención de terceros en el caso de una crisis militar en el Estrecho”.

De hecho, los esfuerzos de China por modernizar su ejército tienen como objetivo prepararlo para cualquier eventualidad que pueda surgir en el Estrecho de Taiwán, incluso una intervención militar estadounidense. La estrategia de China es adquirir un número suficiente de sistemas de misiles aire-mar para: (a) llevar a cabo un ataque antes de que puedan intervenir las fuerzas estadounidenses; y/o (b) disuadir, impedir o retrasar el mayor tiempo posible una intervención u operaciones militares estadounidenses, con la esperanza de que se produzca una rápida capitulación política de Taiwán. Pero, ¿cuál es la política estadounidense con respecto a Taiwán?

De acuerdo con el desacuerdo

EEUU estableció relaciones diplomáticas plenas con la República Popular China (RPC) el 1 de enero de 1979. Como parte del esfuerzo por lograr una normalización, Washington accedió a tres antiguas peticiones de Beijing: (a) el fin de las relaciones diplomáticas con Taiwán; (b) la retirada de todas las tropas estadounidenses de Taiwán; y (c) la derogación del tratado de mutua defensa entre EEUU y Taiwán de 1954. Estados Unidos también reconocía el principio chino de que sólo hay una China y de que Taiwán forma parte de China –también conocido como el principio de “Una China”– aunque EEUU no creyera necesariamente en dicha fórmula.

Desde 1979, la política estadounidense hacia Taiwán ha estado guiada por la Taiwan Relations Act (TRA). La TRA fue redactada con la finalidad de ofrecer protección a Taiwán de la siguiente manera: (a) ofreciendo un marco legal para los vínculos comerciales y culturales de EEUU con Taiwán; (b) perfilando los términos y condiciones de las relaciones gubernamentales “no oficiales” de Washington con Taiwán; y (c) incluyendo disposiciones para la defensa de Taiwán. Según la TRA, EEUU se compromete a ayudar a que Taiwán desarrolle sus propias capacidades de defensa, lo que en la práctica significa mantener un equilibrio militar en el Estrecho de Taiwán mediante el suministro de armas, servicios militares y formación a Taipei.

La colisión en vuelo entre un avión espía estadounidense y un caza de la RPC en abril de 2001 tuvo como consecuencia una mejora significativa de las relaciones entre EEUU y Taiwán, que redundó en un incremento en la venta de armas a la isla. El presidente de EEUU George W. Bush también firmó la Foreign Relations Authorisation Act of Fiscal Year 2003, que sostiene que “para los fines de la transferencia o posibles transferencias de material o servicios de defensa, Taiwán podrá recibir el tratamiento de aliado principal no miembro de la OTAN”. En realidad, ningún otro presidente estadounidense había expresado un compromiso tan amplio con la seguridad de Taiwán desde la renuncia a su reconocimiento oficial en 1979.

Pero Bush también ha tomado medidas dirigidas a reducir las posibilidades de un conflicto en el Estrecho de Taiwán, alertando a Taipei de que EEUU se opone a cualquier cambio unilateral del statu quo. Por ejemplo, en diciembre de 2003 Bush reprendió públicamente a Chen afirmando que “los comentarios y acciones realizados por el líder de Taiwán indican que puede estar dispuesto a tomar decisiones unilaterales destinadas a alterar el statu quo, algo a lo que EEUU se opone”. De hecho, una de las paradojas que caracterizan al problema del Estrecho es que, como ninguna de las partes desea un enfrentamiento por Taiwán, Beijing se encuentra en la curiosa posición de depender de que EEUU impida cualquier actitud provocadora por parte de Taiwán.

De hecho, durante décadas la política de EEUU con respecto a ambos lados del Estrecho ha sido la de disuadir y tranquilizar a ambas partes. Washington ha advertido a Beijing de que EEUU no permanecerá impasible si China ataca a Taiwán, y ha prevenido a Taiwán de que no podrá contar con la protección de EEUU si provoca una guerra imprudentemente. Washington respeta de palabra el principio formulado por Beijing de “Una China” (EEUU lo califica de “política”, un término más flexible que “principio”), mientras que asegura a Taipei que no traicionará los intereses de la isla. Más aún, EEUU no toma partido en el status final de Taiwán: independencia, unificación con el continente u otros acuerdos a que puedan llegar ambas partes del Estrecho de Taiwán. Aunque esta política ha mantenido la paz, no ha logrado resolver el enfrentamiento subyacente, por lo que EEUU se encuentra atrapado entre las dos partes y obligado a hallar una solución pacífica a las diferencias que las enfrentan, aunque su creciente distanciamiento dificulta el sostenimiento de la paz.

¿Socios estratégicos o competidores estratégicos?

Durante su primera campaña presidencial, George W. Bush denunció la política de compromiso con China de Bill Clinton. En el que fue el discurso sobre política exterior más difundido de esa campaña, pronunciado en noviembre de 1999, Bush afirmaba que “China es un competidor y no un socio estratégico” de EEUU. De hecho, la cooperación internacional, regional y bilateral entre Beijing y Washington es muy limitada debido a las fuertes sospechas que alberga cada parte sobre la estrategia e intenciones a largo plazo de la otra.

EEUU sí mantiene una modesta relación militar con las fuerzas armadas chinas. Inspirada por la National Defence Authorisation Act de 2000, esta relación se limita a actividades no bélicas como visitas de alto nivel, intercambios entre militares profesionales con fines educativos y visitas navales. Pero como resultado del incidente del avión espía a principios del primer mandato de Bush, la Casa Blanca bloqueó todos los contactos entre el Pentágono y el ejército chino y revocó una política de veinte años con el acuerdo para la venta de submarinos a Taiwán. Estos acontecimientos reflejaban un acusado deterioro en la relación estratégica entre EEUU y China.

Sin embargo, el 9 de septiembre surgió una amenaza terrorista común para Washington y Beijing, que llevó a que ambos países reconocieran que tenían que dejar de lado las diferencias bilaterales sobre el comercio, los derechos humanos y Taiwán para cooperar en la lucha antiterrorista. Los contactos militares bilaterales se reanudaron cuando dos barcos de la marina de EEUU atracaron en el puerto de Zhanjiang en septiembre de 2003. Se trataba de la primera vez que se permitía que una nave estadounidense visitara el cuartel general de la flota del Mar del Sur de la Marina de la RPC al sur de la provincia de Guangdong. En realidad, dejando de lado la cuestión de Taiwán, muchos analistas afirman que la relación actual entre EEUU y China se encuentra en su mejor momento (y el más maduro) desde que se normalizaran los vínculos. Algunos llegan incluso a afirmar que EEUU y China son actualmente socios estratégicos en lugar de competidores estratégicos.

No obstante, a pesar de las relaciones y la cooperación entre los dos gobiernos, el 9 de septiembre no modificó en lo fundamental la relación estratégica chino-estadounidense. Aunque tanto en Beijing como en Washington han cambiado algunas prioridades, ninguno de los dos gobiernos ha logrado elaborar una agenda común a largo plazo, por lo que la cooperación en materia de seguridad regional e internacional sigue siendo limitada y se basa en consideraciones realistas que ambos países hacen de sus propios intereses.

Por ejemplo, la administración estadounidense expresa su frustración por el hecho de que Beijing no se muestre partidario de emplear su influencia con la finalidad de presionar a Pyongyang para que abandone su programa de armamento nuclear (en realidad el programa nuclear de Corea del Norte fue creado en un primer momento con ayuda de China). Es más, entre otras cuestiones, EEUU ha sido incapaz de persuadir a China de que revalorice su moneda, mejore los derechos humanos o promueva la libertad religiosa. China también ha interferido en la labor de hacer que Irán abandone su programa nuclear. Durante las negociaciones entre EEUU e Irán en noviembre de 2004, el ministro de Asuntos Exteriores chino Li Zhaoxing visitó Teherán, donde anunció que China se opondría a cualquier plan para llevar el programa nuclear iraní ante las Naciones Unidas. De hecho, en octubre de 2004 China e Irán firmaron un acuerdo para la provisión de petróleo y gas natural que ascendía a 70.000 millones de dólares y que vinculará a ambos países durante 30 años. Este acuerdo debilitará los efectos que pueda tener cualquier incentivo o sanción que Europa o EEUU apliquen a la cuestión del desarme de Teherán.

De hecho, existe un amplia preocupación de que China no solo supone una amenaza para los intereses de EEUU, sino también para los de sus aliados de la región de Asia-Pacífico. En noviembre de 2004, por ejemplo, Japón localizó en sus aguas un submarino chino de propulsión nuclear. Por primera vez en cinco años, la marina japonesa fue puesta en estado de alerta para perseguirlo. Este incidente incrementó las tensiones entre ambos países, que cada vez compiten más entre sí por recursos naturales con que alimentar sus economías; Japón y China se encuentran enfrentados a causa de conflictos referentes a territorios disputados y yacimientos de gas. Es más, a Beijing le molestó el Esquema del Programa de Defensa Nacional anunciado por la Agencia de Defensa Japonesa en diciembre de 2004, en el que se establecían tres hipotéticos ataques de China a Japón. En dicho documento se hacía referencia a conflictos por recursos naturales e islas disputadas, así como a un conflicto más amplio en el que se incluía a Taiwán.

Por su parte, China teme que Japón se esté convirtiendo en el principal aliado de EEUU en Asia y que éste emplee el poderío militar de Japón para ayudarle a contener el crecimiento chino. De hecho, recientemente Japón ha realizado una nueva evaluación de su posición estratégica global al aceptar la primacía estadounidense en Asia Oriental y actualmente está cambiando su política de defensa en consecuencia. Tras una reunión del Comité Consultivo de Seguridad EEUU-Japón celebrado el 19 de febrero, los dos países declaraban por primera vez en un acuerdo conjunto que Taiwán constituye para ambos una preocupación en términos de seguridad. En el cambio más significativo en 50 años de la Alianza de Seguridad EEUU-Japón (que sigue siendo la piedra angular de los intereses estadounidenses en Asia Oriental), Japón se une a la administración Bush al identificar la seguridad del Estrecho de Taiwán como “un objetivo estratégico común”. Estas nuevas evaluaciones exigen que Japón asuma un papel más destacado en unión con las fuerzas estadounidenses destacadas en Asia y en otros lugares.

Sin embargo, la cooperación militar entre Japón y EEUU en las rutas marítimas del Norte de Taiwán ha molestado a Beijing. China afirma que Taiwán no debería ser un motivo de preocupación para alianzas bilaterales de otros países. El 6 de marzo Li advirtió a Japón y a EEUU de que no interfiriesen en los asuntos internos chinos, especialmente en lo que respecta a Taiwán. “Cualquier medida destinada a que Taiwán, directa o indirectamente, entre en el ámbito de la cooperación en materia de seguridad entre EEUU y Japón constituirá una invasión de la soberanía China, así como una interferencia en sus asuntos internos”, afirmó. De hecho, el crecimiento de China se ha convertido en el asunto que más ha contribuido a que Japón abandone una tendencia pacifista que inició hace casi seis décadas.

A Australia también le preocupa el alarde de fuerza de China. El 7 de marzo China exigió que Australia revisara el pacto militar que había ratificado con EEUU hace 50 años, advirtiendo que la alianza ANZUS podría amenazar la seguridad de la región si Australia se viera implicada en el conflicto chino-estadounidense por Taiwán. Según el acuerdo ANZUS, Australia está obligada a apoyar a EEUU en el caso de que China emplee la fuerza contra Taiwán. Australia rechazó esta advertencia de China afirmando que “enmendar la alianza ANZUS no figura ni entre los planes de Australia ni entre los de EEUU” Sin embargo, este tipo de aviso preciso indica que Beijing no se fía del derrotero que pueda tomar un acuerdo de seguridad trilateral entre Australia, Japón y EEUU en relación con Taiwán.

¿Es posible realmente una guerra entre China y EEUU?

La estabilidad en Asia gira en gran medida en torno a la prevención de un conflicto entre China y Taiwán. Dado que EEUU se vería con casi total seguridad empujado a tomar parte en este enfrentamiento, la guerra entre China y EEUU es una posibilidad nada desdeñable. Según un informe de diciembre de 2000 presentado ante el Congreso estadounidense, el Pentágono identificaba tres escenarios que podrían conducir a una acción militar en el Estrecho de Taiwán: (a) China lanza una invasión anfibia de Taiwán; (b) China bloquea a Taiwán; y/o (c) China realiza un ataque aéreo o con misiles contra la isla.

Este es uno de los posibles escenarios: China inicia el bloqueo naval de Taiwán. EEUU responde enviando dos grupos de portaaviones a la zona. China hunde un navío taiwanés que se niega a ceder. EEUU hunde una unidad naval china. China responde con un ataque de misiles de crucero y hunde un portaaviones estadounidense. EEUU contraataca destruyendo complejos militares y militares-industriales chinos. Por impensable que parezca este escenario, ahora es más posible que nunca que un conflicto de ese calibre pudiera, en el peor de los casos, convertirse en un conflicto nuclear. Aunque no ocurriera así, podría acabar con los intercambios comerciales entre EEUU y China, valorados en aproximadamente 100.000 millones de dólares en 2004 y desencadenar un colapso económico a escala mundial.

Esto pone de manifiesto la total divergencia de las perspectivas estratégicas de EEUU y la UE hacia China y la cuestión de Taiwán. Para EEUU, Taiwán es una de las cuestiones de seguridad nacional más importantes, solo superada por la reconstrucción de Irak en la posguerra y la crisis nuclear de Corea del Norte. Es más, dado que EEUU es el principal garante de la estabilidad en Asia Oriental, el país mantiene unas duraderas alianzas en la región, así como un compromiso muy profundo con Taiwán que va más allá del comercio y la economía. En contraposición, Europa no dispone de presencia militar en Asia Oriental ni tiene responsabilidades estratégicas de seguridad en la región. Las dos cuestiones que definen la relación de EEUU con China (Taiwán y el equilibrio estratégico en Asia Oriental) están completamente ausentes de la relación de la UE con China. De hecho, las políticas de la UE hacia China se basan principalmente, e incluso exclusivamente, en intereses económicos, por lo que pasan por alto la dimensión estratégica de la seguridad.

Con este telón de fondo, el embargo de armas de la UE puede convertirse en una potencial molestia con trascendencia para las relaciones transatlánticas. Desde la perspectiva estadounidense, la UE pretende levantar el embargo de armas a China en un momento en que Beijing está realizando un ambicioso programa de modernización que podría emplear para coaccionar a Taiwán para ratificar un acuerdo político regido por las condiciones de Beijing. Esta modernización tiene como objetivo mejorar las opciones de fuerza de China frente a Taiwán, así como disuadir, contrarrestar o dificultar cualquier intervención militar de EEUU.

Por consiguiente, EEUU se opone al levantamiento del embargo de armas de la UE, que se impuso cuando el gobierno chino aplastó las manifestaciones a favor de la democracia en la Plaza de Tiananmen de Beijing en 1989. Washington teme que el levantamiento del embargo de armas de la UE contribuya a que China incremente el coste de la guerra tanto para Taiwán como para EEUU, y al Pentágono le preocupa que puedan ser atacadas tropas estadounidenses por un ejército chino equipado con armamento europeo. Además, a EEUU le preocupa que levantar el embargo anime a Rusia (que suministra más de un 80% de las armas que Beijing recibe del extranjero) a vender a China una tecnología militar que mantenía oculta debido a las preocupaciones por la reacción que pudiera generar en EEUU.

El Coordinador de Política Exterior de la UE, Javier Solana, sostiene que el levantamiento del embargo es “puramente simbólico”. Pero la ministro de Defensa francesa Michéle Alliot-Marie afirmaba el 15 de febrero que “si les vendemos nosotros las armas, puede que dejen de fabricarlas ellos mismos”. Muchos analistas de ambos lados del Atlántico afirman que esta lógica enrevesada implica que la UE no ha realizado la necesaria evaluación profunda en materia de seguridad antes de tomar la decisión de transferir tecnología a China.

Un buen ejemplo lo constituye la participación de China en el sistema europeo de navegación por satélite Galileo. Sus detractores afirman que la UE ha permitido que China invierta 200 millones de dólares en el proyecto sin pensar demasiado en las importantes consecuencias estratégicas. Por ejemplo, China obtendrá beneficios militares del proyecto Galileo si lo emplea para mejorar la precisión de sus misiles (se calcula que China posee actualmente al menos 700 misiles apuntando hacia Taiwán, a los que cada año se añaden como mínimo otros 75). Sin embargo, permitir que China disponga de un acceso sin trabas a señales de navegación por satélite extremadamente precisas también reducirá el efecto disuasorio entre India y Pakistán. Ello se debe a que Pakistán, que compró a China sistemas de misiles, actualmente equipados con cabezas nucleares, podría verse tentado a emplearlos en un primer ataque si las señales de navegación por satélite le garantizan una gran precisión.

La cuestión de la venta de armas a China fue uno de los pocos desacuerdos que salieron a relucir durante el viaje que realizó Bush para recomponer sus relaciones con Europa. En su argumentación pública más explícita en contra del levantamiento del embargo, Bush afirmaba el 23 de febrero: “Existe una profunda preocupación en nuestro país de que la transferencia de armamento pueda ser una transferencia de tecnología a China, lo que alteraría el equilibrio de las relaciones entre China y Taiwán”. Bush también afirmó que deseaba ver un plan de la UE para restringir las exportaciones mediante la adopción de un código de conducta más restrictivo, aunque añadía: “Tienen que estar seguros de que si lo hacen, podrán convencer al Congreso de EEUU. El Congreso tomará la decisión de cómo reaccionar ante lo que algunos percibirán como una transferencia de tecnología”.

Sin embargo, la UE no ha logrado convencer al Congreso de EEUU de que ha meditado seriamente la cuestión de la seguridad en Asia Oriental. Es más, puede que los europeos estén subestimando el potencial de un contragolpe político que tendría consecuencias tan drásticas como sanciones comerciales. De hecho, tanto el partido Demócrata como el Republicano apoyan fuertemente imponer restricciones a la transferencia de tecnología estadounidense a Europa si la UE reanuda la venta de armas a China. El Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EEUU, Richard Lugar, declaraba en una entrevista publicada por el Financial Times el 20 de febrero que estaría a favor de poner freno a las ventas estadounidenses de tecnología militar avanzada a Europa, salvo que se tuviera la completa seguridad de que dicha tecnología no se desviaría a China. “La tecnología que comparte EEUU con sus aliados europeos puede peligrar si los aliados la comparten con China a través de ventas comerciales”, afirmaba Lugar, a quien se considera moderado y proeuropeo. Además, se prevé que Joseph Biden, líder demócrata del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, introduzca en breve una resolución en la que se exprese la preocupación por el levantamiento del embargo por parte de la UE.

La Cámara de Representantes aprobó el 2 de febrero una resolución similar con el acuerdo de ambos partidos por una votación de 411-3 en la que se condenaban los planes de la UE. Es más, a muchos legisladores les indigna que países europeos “pacifistas” comiencen a exportar armas a China de una forma que incrementa la carga estratégica sobre EEUU, y en un momento en que los europeos están reduciendo sus propios presupuestos de defensa y presentan un comportamiento parasitario con EEUU respecto al mantenimiento del orden global. Otros han ridiculizado abiertamente la afirmación de que la UE es una “potencia moral”.

Todo lo anterior implica que los esfuerzos de la UE por mejorar sus relaciones con China pueden llegar a costarle el elevado precio de añadir nuevas tensiones a una relación transatlántica ya de por sí tensa. Porque mientras Europa siga abordando la venta de arma a China desde una perspectiva estrictamente económica, estará en conflicto con Washington, que tiene que tratar con las repercusiones estratégicas y militares de estas ventas en la región.

Pero puede que Europa, una vez más, persiga el objetivo de ser un rival, más que un aliado de EEUU en Asia Oriental. Y quizá el objetivo real que subyace a la cooperación de la UE y China sea un deseo mutuo de constreñir el poder y la hegemonía de Estados Unidos. Aunque es difícil que Europa se convierta en un contrapeso a EEUU, sí puede acelerar el ritmo al que China pueda lograr asumir ese papel.

Conclusión

China está realizando un gran esfuerzo en emplear su creciente poder militar para coaccionar a sus vecinos y someterles a una mayor obediencia. Como resultado, EEUU aspira a mantener un equilibrio de poder militar disuasorio como eje de seguridad en el Estrecho de Taiwán. Para Taiwán y EEUU, este poder disuasorio pretende impedir que China haga uso de la fuerza para forzar la reunificación según las condiciones de Beijing. Pero para China la intención es impedir que Taiwán pase de ser un país independiente de facto a serlo de jure. Dadas las diferencias transatlánticas, a Beijing se le presenta la oportunidad de ejercer influencia en la UE. Pero la venta de armas a China podría desequilibrar y perturbar el statu quo del Estrecho, aumentando así la posibilidad de que se produzca un conflicto militar. Está en juego nada menos que la credibilidad militar de EEUU en Asia, vinculada con la seguridad de Taiwán. Permitir que Taiwán se una a China por la fuerza o la coerción sería fatal para el liderazgo estadounidense en Asia Oriental.

Soeren Kern, Investigador Principal, Estados Unidos y el Diálogo Trasatlántico, Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos

Enlace al PDF original: http://www.soerenkern.com/pdfs/docs/ElcanoChinaEEUU.pdf

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