Si la demografía es el destino, Europa no liderará en el siglo XXI
La población de Estados Unidos oficialmente pasó el umbral de los 300 millones en octubre de 2006. Estados Unidos es ahora la tercera nación más populosa del mundo, después de China e India. Además, Estados Unidos está creciendo más rápido que cualquier otro país industrializado… en realidad, es prácticamente la única nación desarrollada con expectativas de crecimiento en este siglo. Todos los analistas están de acuerdo en que el dinamismo demográfico de Estados Unidos tendrá enormes consecuencias geopolíticas, especialmente para Europa.
En verdad, mientras la población de Estados Unidos crece a un ritmo vibrante (se espera que llegue a los 400 millones en el año 2040), la población de Europa no sólo se está reduciendo, es que también está envejeciendo. Los demógrafos calculan que para el año 2030, Estados Unidos tendrá una población más grande que la suma de toda Europa – y la edad promedio en Estados Unidos será los 30 años mientras que la europea será los 60 años. Eso significa que mientras la fuerza laboral americana será joven, empresarial y generadora de riqueza, Europa estará poblada mayormente por gente mucho mayor y por jubilados que estarán cobrando pensiones del estado y por tanto vaciando las arcas nacionales.
Esto supone que la tercamente persistente brecha transatlántica en temas de productividad, innovación y rendimiento económico está condicionada a seguir creciendo aún más. Por ejemplo, a pesar de que la mayoría de personas piensa que Europa tiene el mismo estándar de vida que Estados Unidos, la realidad es que el PIB americano per cápita es más de un 30% mayor que incluso el de los países más prósperos en Europa. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el PIB per cápita de la Unión Europea es de alrededor de 28.000 dólares mientras que el PIB per cápita de Estados Unidos es más de 40.000 dólares. Y la tendencia dice que esa brecha se ampliará aún más en las décadas por venir.
Esto es parcialmente porque americanos y europeos tienen éticas laborales distintas: Casi el 75% de la población americana trabaja, comparada con menos del 60% en Europa. Los trabajadores americanos también trabajan más horas y son más productivos. Según el Centro de Rendimiento Económico de la London School of Economics, Estados Unidos tiene una productividad significativamente más alta que el promedio europeo: El PIB americano por hora es 15% más alto que el de Europa. En realidad, el “Informe sobre Productividad Global” de la Conference Board con sede en Nueva York, apunta a que, en efecto, ¡España e Italia han tenido un crecimiento negativo de productividad durante 2005!
Esta divergencia transatlántica también se extiende a la creación de trabajo. El Estados Unidos del mercado libre ha creado casi 60 millones de nuevos puestos de trabajo desde 1970 mientras que los países de la enormemente regulada Unión Europea sólo han producido 5 millones, siendo la mayor parte de ellos trabajos gubernamentales en el sector público. Hoy, el desempleo en Europa es el doble que en Estados Unidos a pesar de que los americanos están en medio de una ralentización cíclica. Además, el paro de larga duración es de lejos mucho más común en Europa que en Estados Unidos: en Europa, alrededor de un 40% de gente desempleada ha estado fuera del mercado laboral por más de un año, comparado con alrededor de un 5% en Estados Unidos.
Los intentos europeos para revertir estas tendencias no han tenido éxito. Por ejemplo, en el año 2000, la Unión Europea puso en marcha la “Agenda de Lisboa”. Tenía el objetivo de hacer de Europa “la economía más dinámica y competitiva del mundo fundamentada en el conocimiento y capaz de mantener un crecimiento económico sostenido, con más y mejores empleos, mayor cohesión social y respeto por el medioambiente”. Pero la Agenda de Lisboa no ha convertido en realidad sus objetivos. Un gran motivo para ello es el rechazo de los estados miembros de la Unión Europea a liberalizar sus economías redistributivas.
En su lugar, el liderazgo de Europa como una economía fundamentada en el conocimiento está amenazado por una masiva “fuga de talentos” de Europa hacia Estados Unidos. En efecto, Estados Unidos es el destino preferido de científicos que emigran, principalmente por las mejores oportunidades de investigación, mejor acceso a tecnologías punta y sueldos más altos. Según el “Ranking de las Universidades líder en el mundo durante 2006” del Instituto de Educación Superior en Tokio, las instituciones americanas dominan los 50 primeros puestos, con unas pocas referencias a universidades británicas significativas como Cambridge y Oxford. No sorprende por tanto que de los 8 ganadores del Premio Nobel en 2006, 6 sean de Estados Unidos (Física, Química, Medicina y Economía). Los otros dos son uno de Turquía (Literatura) y otro de Bangladesh (Paz). No hay laureados Nobel europeos en 2006.
Pero de vuelta al tema de la población: ¿Cómo logró Estados Unidos, que en julio de 2006 cumplió 230 años, volverse tan grande con tanta rapidez? El crecimiento prodigioso de Estados Unidos ha sido propulsado por una combinación de estabilidad económica, un relativamente alto índice de natalidad, longevidad e inmigración. En realidad, Estados Unidos es el país que más inmigrantes recibe en el mundo entero. Un 50% de los 100 millones de americanos extra son inmigrantes recientes o sus descendientes, muchos de los cuales vienen de Latinoamérica.
Pero Europa también es un imán para la inmigración: está lista para atraer entre 600.000 y un millón de inmigrantes este año. (En realidad, según la ONU, la Europa que envejece necesitará alrededor de 1.6 millones de inmigrantes por año, durante las próximas décadas, para que mantenga su fuerza laboral en los niveles actuales).
De modo que ¿por qué es la experiencia americana con la inmigración tan distinta de la de Europa? Parte del motivo, como muestran algunos estudios, reside en que muchos o la mayoría de inmigrantes en Europa acaban pidiendo ayuda social mientras que en Estados Unidos casi todos los inmigrantes aceptan uno o más primeros empleos y con su esfuerzo van ascendiendo la escalera económica. Es que lo de la ayuda social simplemente no es la forma americana de hacer las cosas.
Además, la mayoría de inmigrantes en Estados Unidos están completamente integrados en la sociedad americana ya en la segunda generación, sin importar su país de origen. Según Joel Kotkin, una autoridad en materia de tendencias americanas en lo económico, político y social: “Incluso si la primera generación pudiera sentir en algo el tirón de su anterior cultura y lenguaje, prácticamente todos los estudios de la segunda generación indican una creciente integración en la corriente americana dominante tanto lingüística como culturalmente”.
Por el contrario, la mayoría de los inmigrantes en Europa son musulmanes que no se integran con facilidad. En efecto, durante los últimos 30 años, la población musulmana de Europa se ha más que duplicado y su nivel de crecimiento sigue acelerándose. Según los datos recogidos en el “Informe Anual de Libertad Religiosa Internacional” del Departamento de Estado de Estados Unidos, hay casi 25 millones de musulmanes viviendo en Europa en la actualidad. Y en lugar de ser asimilados dentro de la sociedad europea, los inmigrantes musulmanes tienden a agruparse en guetos marginados por todo el continente; configuran más del 25% de la población de Marsella, 15% de la de Bruselas y París y el 10% de la población de Amsterdam, por poner unos ejemplos.
Además, los demógrafos predicen que el número de musulmanes que viven en Europa puede duplicarse nuevamente para el año 2015. La Oficina de Análisis Europeos del Departamento de Estado de Estados Unidos calcula que el 20% de Europa será musulmana en el año 2050, mientras otros predicen que un cuarto de la población de Francia podría ser musulmana en el año 2025 y que si la tendencia continúa, los musulmanes superarán en número a los no musulmanes en toda la Europa occidental a mediados de este siglo. Esto provocó que Bernard Lewis de la Universidad de Princeton, uno de los académicos en cultura árabe e islámica más distinguidos del mundo, predijese en una entrevista del periódico alemán Die Welt que: “Europa será islámica a finales de este siglo”.
Esta realidad ya está influyendo en la forma de hacer política exterior de los europeos y no augura nada bueno para el futuro de las relaciones transatlánticas. En realidad, muchos analistas creen que el constante debilitamiento de Europa es la causa que subyace en la creciente intolerancia contra lo americano e israelí entre las elites de Europa, muchas de las cuales están cediendo gustosas ante la presión de los residentes musulmanes en ingenuos intentos de comprar una falsa paz con los islamistas radicales. Dice Fouad Ajami, una autoridad sobre el mundo árabe muy conocida: “De forma intencionada y subliminal, la fuga hacia el antiamericanismo es un intento de falso nexo con la gente del Islam”. Muchos analistas señalarán la decisión del gobierno español de retirar las tropas de Irak en 2004 como un ejemplo patente de ese tipo de mentalidad apaciguadora.
Mientras tanto, la población no musulmana de Europa se encoge hasta niveles por debajo del reemplazo. Y efectivamente, para el año 2010, las muertes empezarán a superar en número los nacimientos en Europa; los bajos índices de natalidad en toda Europa significa que hay una proyección de descenso de un 3.5% en el número de no musulmanes para finales sólo de esta década en sí. Según una publicación de las Naciones Unidas titulada “World Population Prospects” (Prospectos de Población Mundial), la población de Europa perderá más de 100 millones para el año 2050.
En efecto, el Instituto de Estudios sobre Seguridad de la Unión Europea con sede en París publicó su número de octubre de 2006 titulado: The New Global Puzzle: What World for the EU in 2025? (El nuevo rompecabezas global: ¿Qué mundo para Europa en 2025?) que predice que para el año 2025, Europa no sólo representará el 6% de la población mundial sino que además su parte en la riqueza y comercio globales se habrá reducido. Y advierte que: “el debate actual sobre el futuro de Europa sufre de una falta de perspectiva de los desarrollos globales que están cambiando el contexto de la integración europea en sí misma… el riesgo es que la Unión y sus estados miembros sean cada vez más susceptibles al cambio en vez de ser agentes del cambio”.
Algunos analistas arguyen que lo que aqueja a Europa no es una crisis demográfica sino una crisis espiritual. Michael Novak, experto del American Enterprise Institute (AEI) en Washington escribe que en su ciega búsqueda de la razón, el laicismo y el materialismo: “Las elites europeas han hecho devastadoramente todo lo posible para vaciar el espíritu cristiano de Europa. Han hecho borrón y cuenta nueva en Europajusto a tiempo para el rápido ascenso de una fe rival prolífica en hijos, vitalidad, pasión y confianza en la victoria a largo plazo”.
Efectivamente, al haber quitado al judaísmo y al cristianismo de la vida cultural, intelectual y pública de Europa durante el pasado siglo, algunos observadores creen que los europeos laicos han caído precipitadamente en el egoísmo narcisista y el hedonismo desenfrenado. En consecuencia, les falta la visión de un empeño compartido y el sacrificio necesario para preservar su propia civilización. Dice Novak: una Europa que se basa solamente en una Ilustración super racional es una que está “sitiada por la enfermedad del alma”.
En este contexto, el descenso demográfico de Europa refleja una crisis de confianza en el futuro: una falta de fe no solamente en el mañana – sino también en Dios – engendra desesperanza. Y sin esperanza en el futuro, uno se siente menos inclinado a traer hijos al mundo. Por tanto si la demografía es el destino, como dijo alguna vez el sociólogo francés del siglo XIX Augusto Comte, los europeos contemporáneos están desatando una realidad negativa que se autoperpetúa y que amenaza con arrojar a su propia civilización en el olvido.
Por el contrario, el robusto crecimiento poblacional en Estados Unidos, algo único entre países ricos, manifiesta una marcada fe en el futuro colectivo de Estados Unidos. En su libro titulado “La democracia en América” Alexis de Tocqueville buscaba explicar el excepcionalismo americano… los factores que hicieron a Estados Unidos distinto a otros países. Él apuntaba a la Constitución de Estados Unidos, a su vasta extensión de terreno abierto, a su igualitarismo, a su espíritu emprendedor y a su incomparable vitalidad espiritual. Estos factores siguen siendo centrales en la vida y demografía americanas incluso hoy en día… y también ayuda a explicar por qué Estados Unidos, y no Europa, será quien lidere el siglo XXI.
Soeren Kern
Analista Principal, Relaciones Transatlánticas, Grupo de Estudios Estratégicos, Madrid